Los japoneses afirman, no sin razón, que su país en una potencia económica del primer mundo donde funciona un sistema político del tercer mundo. En efecto, a pesar de que en este país ha funcionado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial una democracia representativa intachable desde el punto de vista de las amplias libertades ciudadanas que permite y de la limpieza electoral con la que funciona, lo cierto es que la recurrencia de los escándalos de corrupción, la penetrante injerencia de los intereses empresariales y financieros en política y el antidemocrático predominio del aparato burocrático sobre los órganos de representación ciudadana han tergiversado los procedimientos democráticos y permitido que una gris clase política lleve a la deriva a un gran país que en los años ochenta apuntaba para ser la gran potencia mundial del siglo XXI ¿Se acuerdan?
Hoy que Japón padece la triple tragedia terremoto-tsunami-crisis nuclera se ha hecho evidente como nunca antes la mediocridad y falta de liderazgo de los gobernantes nipones. Japón enfrenta su mayor desafío desde la Segunda Guerra al padecer desastres da tal maginitud que exigen, de entrada, una movilización nacional para organizar la búsqueda, el rescate y la reubicación de habitantes y un enorme esfuerzo para encontrar soluciones improvisadas en un territorio nuclear desconocido, en el que la crisis de múltiples reactores plantea un conjunto de problemas de ingentes proporciones. El gobierno japonés se ha desempeñado de una manera lamentable al exhibir desconcierto e impericia y desplegar una ineficaz y oscura política de comunicación que empieza a recibir reproches literalmente de todo el mundo. Los políticos, basándose casi por completo en la empresa Tepco (dueña de la dañada central de Fukushima) para conseguir información, sólo han podido comunicar aquello que pesta le dice, y con frecuencia de manera poco convincente. Se extraña la presencia de una voz firme y dueña de plena credibilidad capaz de tranquilizar a los ciudadanos, encabezar las labores de rescate y orientar de forma persuasiva a la población. Lo único que ha quedado claro es que se mantienen la viejas rivalidades entre entre burócratas y políticos y entre diversos ministerios que tienden a funcionar como feudos individuales de sus titulares.
Claro, no todo es tan negro para Japón, un pueblo admirable que ha sabido levantarse de peores situaciones en el pasado. Pero sin lugar a dudas en el futuro inmediato el sol naciente tendrá que profundizar los cambios que le permitan a su política ser más eficaz y transparente y a su economía mantenerse como una de las más productivas y competitivas del orbe. Pero si bien es cierto que nunca se debe descartar del todo a Japón, también lo es que el sueño de muchos ultranacionalistas japoneses que en los ochentas esperaban ver a su país convertirse en una gran superpotencia mundial compitiendo con Estados Unidos por el dominio mundial ha pasado a ser sólo una anécdota.
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