Al autor de este desorientado blog le encanta conocer y seguir las vidas de los sátrapas locos que han gobernado países altamente desafortunados, sobre todo si estos tiranos les da por creerse dioses entre los hombre y empiezan a promover demenciales cultos a la personalidad. No es el caso del dictador de Sudan Omar Al-Bashir, quien hace unos días se convirtió en una de las personas más buscadas por la justicia internacional, y eso porque este señor es más bien un personaje gris que jamás ha tratado de endiosar su imagen como lo hicieron Kim ill Sung, Mao o Saddam. Sin embargo eso no ha sido óbice para que este sujeto no haya sido capaz de superar adversidades y mantener el poder en Sudán, el país más grande de África, durante 20 años, en los que enfrentó una prolongada guerra civil, bombardeos de Estados Unidos, sanciones internacionales y un baño de sangre en Darfur.
"Sudán, que rechazó todo tipo de humillación y que resistió al colonialismo, no puede aceptar el regreso de ese colonalismo", se dio el lujo de afirmar, en tono desafiante, en cuanto conoció la orden de arresto internacional la primera de este tipo en contra de un gobernante en funciones.
Al-Bashir es jefe de una coalición de militares e islamistas fundamentalistas, maneja el país con mano de hierro y ha sabido cuándo otorgar limitadas concesiones a Occidente. Con sus largos bigotes, anteojos dorados, una calva prominente y sus buenos kilitos de más, Al-Bashir tiene por costumbre iniciar sus encendidos discursos con un brioso paso de baile, bastón en el aire y la espalda ligeramente encorvada. Este sátrapa tiene dos esposas y ningún hijo, cultiva una imagen mundana y a menudo asiste a funerales, casamientos y celebraciones en las que, siempre vestido con su uniforme, baila con las masas. Y es que lo suyo, lo suyo, es el bailongo. Políticamente sus conocidos lo describen como pragmático, pero también como una persona orgullosa, cerrada y terca, y un hombre que "embiste contra todo lo que hay su alrededor cuando se siente humillado".
Nacido en 1944 en una familia rural de Hoshe Bannaga, Al-Bashir quedó fascinado desde su infancia por la carrera de las armas. Tras egresar de la academia militar, combatió en 1973 junto al ejército egipcio y contra Israel en la guerra de Yom Kipur, y ya con el grado de coronel él y un grupo de oficiales derrocaron el 30 de junio de 1989 al gobierno de Sadiq el-Mahdi en un incruento golpe de Estado apoyado por el Frente Islámico Nacional, el partido de su mentor, Hassan al-Turabi, que más tarde se convertiría en su peor rival. Con la influencia de Al-Turabi, Al-Bashir orientó hacia el islamismo radical a un país enormemente multiétnico y multireligioso de 40 millones de habitantes, fragmentados en una plétora de tribus y dividido en un norte mayoritariamente musulmán y un sur cristiano y animista. Obviamente la represión y las persecuciones no se harían esperar. Tras el golpe de 1989, se crearon fuerzas populares de defensa que se desplegaron en el sur del país contra los "infieles", para imponer la ley islámica (Sharia). Se abrió, así, un nuevo capítulo de una guerra civil que se remontaba a 1983 y que causó dos millones de muertos hasta 2005.
Eso sí, la economía del país ha siso boyante en los últimos años gracias a la explotación de los ricos yacimientos de petróleo yal incondicional apoyo de China, potencia que ha ampliado su presencia en África de manera espectacular.
En la década del 90, Jartum se convirtió en la plataforma del terrorismo islámico al recibir a numerosos jihadistas que lucharon en Afganistán, incluido el jefe de Al-Qaeda, el mero-mero Osama bin Laden, quien fue expulsado del país por presión de Estados Unidos, país que llegó a bombardear el país en 1998 por instrucciones del entonces presidente Clinton.
En este contexto, al final del decenio se agriaron las relaciones entre Al-Bashir el militar y Al-Turabi el islamista. Este último propuso en 1999 un proyecto de ley para limitar los poderes del presidente, al que Al-Bashir respondió sin ambages: el ejército cercó la Asamblea Nacional, que fue disuelta. A continuación, el mandatario trató de distanciarse de los islamistas y mejorar sus lazos con la comunidad internacional. Pero entonces vino un conflicto infinitamente peor, que constituye el primer gran genocidio del siglo XXI: Darfur. El conflicto en Darfur estalló en 2003, y según varias ONG y la ONU provocó más de 300,000 muertos y obligó a más de dos millones y medio de civiles a huir y permanecer en campos de refugiados. Precisamente a causa de esta masacre es que La Corte Penal Internacional de La Haya lo acusó de crímenes de guerra y de lesa humanidad, junto a varios responsables de su régimen, que apoyaron a milicias locales. La suerte de Bashir empezó a decaer. En 2005, su gobierno se vio obligado a firmar un acuerdo de paz con los rebeldes del sur de Sudán, por lo que se abrió la vía a un referéndum en 2011 sobre la independencia de esa zona, que alberga las reservas petroleras del país. Ahora, busca hasta el final el apoyo de otros países contra la "persecución" a la que lo quieren someter, según él, las naciones occidentales. La (lamentable) declaración de la Unión Africana que condena la orden de detención es el primer fruto en ese sentido. Es la segunda vez en menos de un año que la UA se pone del lado de un sátrapa (la primera fue en favor del tirano de Zimbabwe). Mal augurio para la democracia en África.
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