El régimen de “hombre fuerte” terminó en Chile en 1990
cuando el general Augusto Pinochet fue relevado en la presidencia por el democristiano
Patricio Aylwin y desde entonces ha regido en Chile una democracia funcional,
dicha sea la verdad, sobre todo si la comparamos con los fallidos experimentos ocurridos
en muchas naciones del entorno latinoamericano. Sin embargo, a pesar de los
años de estabilidad política y económica logrados por Chile en las últimas
décadas, su democracia ha sido incompleta, y no tanto debido a los “enclaves
autoritarios” heredados de la dictadura y plasmados en la Constitución hoy
rechazada, sino por las omisiones concernientes a las obligaciones sociales del
Estado y la persistente presencia de una cierta cultura autoritaria
La Constitución chilena careció de legitimidad de
origen por ser herencia de la dictadura. Contenía disposiciones autoritarias
erradicadas en su mayoría en 2006 durante la presidencia de Ricardo Lagos. Se
hicieron 58 enmiendas tales como suprimir a los senadores designados y
vitalicios, restituir la facultad presidencial para remover a los jefes de las
Fuerzas Armadas y de Carabineros, modificar al Tribunal Constitucional, acortar
el periodo presidencial y derogar al injusto sistema electoral llamado “binominal”.
Pero no se hizo nada en lo concerniente a los derechos sociales. El texto
constitucional conservó la idea de un “Estado subsidiario” el cual no provee
directamente prestaciones de salud, educación o seguridad social.
El domingo los chilenos votaron abrumadoramente por
redactar una nueva constitución, ello como resultado del estallido social
iniciado en el país desde el año pasado. Las protestas surgieron en demanda de
los derechos públicos no garantizados por la Constitución. El simple hecho de
elevar a rango constitucional dichos derechos no soluciona todos los problemas
cual si de una panacea se tratase, pero, quizá, represente un primer paso en el
camino correcto.
La "convención constitucional” será integrada por
155 miembros, mitad hombres y mujeres, a través de elección directa. Será el
primer órgano paritario en redactar una Constitución en la historia. Un sector de
los representantes estará reservado para las minorías étnicas.
La transición a la democracia en Chile ha sido un
episodio complejo debido, primero, a la presencia y protagonismo del ex
dictador en la vida política del país, y su muerte no implicó la desaparición
de su oscuro legado. Los años subsiguientes los gobiernos de la Concertación
avanzaron con paso firme en la consolidación de la democracia, pero siempre
debieron bregar contra el recuerdo de un turbulento pasado. Pinochet proyecta una
larga y persistente sombra no solo en las instituciones, sino también en la
conciencia moral del país. La dictadura dejó un pesado legado de rencor y
actitudes autoritarias e insolidarias. El gran reto chileno es, a la par de
construir un Estado bienestar, borrar esta ominosa sombra.
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