Mucho me irrita que el PAN y el PRD tengan como principal argumento de
campaña que un regreso del PRI al poder implicaría el retorno del viejo
autoritarismo, y me irrita porque es un argumento a todas luces falaz. La vida
política e institucional y la realidades socioeconómicas de México distan muchísimo
del país que éramos en 1988, 1994 o 2000. No perderé tiempo en describir en que
consisten diferencias que son tan evidentes, Mi reflexión va más bien en el
sentido de señalar los peligros de satanizar al PRI y de tratar de excluir a
una fuerza política que, nos guste o no, sigue siendo la más importante del
país. Obviamente no me ciego a los incontables defectos de esta organización política,
pero simplemente me atengo a la realidad. Ha llegado el momento de reconocer
que el concurso del PRI es indispensable para la gobernabilidad del país. Por
ahí la candidata Josefina nos receta una y otra vez, con ese tan molesto tono de
voz que tiene la pobre, que quiere hacer un gobierno “de coalición” sin tener ni la más
pálida idea de lo que está diciendo. La señora recurre al barato y fútil
argumento, demagogia descarada, de pretender hacer una coalición “con los ciudadanos” pero las
verdaderas coaliciones, digo, las que funcionan y han funcionado por siempre en
la historia de las democracias contemporáneas, es la que concertan los partidos
para corresponsabilizarse juntos en sacar adelante un programa común de
gobierno.
Pero nuestra clase política le queda muy grande el reto de hacer funcional
a nuestra incipiente democracia. Antes de emprender modificaciones radicales r
nuestro régimen político, como pretenden algunos, y mucho mejor que hablar a
tontas y locas de “gobiernos de coalición” es necesario poner a prueba nuestras
instituciones, detectar sus problemas y establecer factores objetivos así como
dispositivos institucionales que aseguren la correspondencia de nuestras leyes
con las actuales condiciones del sistema de Equilibrio de Poderes y garanticen
un margen mínimo de certidumbre, gobernabilidad y estabilidad al sistema democrático.
Sin embargo, para el logro de este objetivo es necesario impulsar previamente una nueva cultura de la negociación que permita alcanzar un acuerdo en lo sustancial entre los principales actores políticos del país orientado a asegurar el equilibrio en el ejercicio del poder, coadyuvar a consolidar nuestras instituciones políticas, darle viabilidad a nuestra economía e impulsar el nuevo pacto social que México requiere.
Negociación, palabra maldita para los puritanos maniqueos de nuestra izquierda más cavernaria, pero también para las cabezas más obtusas del PRI y del PAN. Hablar de una nueva cultura de negociación es hablar de la definición de reglas y conductas para la concreción de acuerdos entre los actores políticos. Es hablar de un encuentro forzoso ante la imposibilidad de que cualquier partido pueda gobernar e imponerse por sí solo. Ello nos invita a reflexionar sobre la esencia de los sistemas democráticos y sobre el reto que implica combatir la polarización sin un marco que resuelva el conflicto; esto es, sin reglas claras que impulsen la participación e inclusión de todos los actores políticos y que garanticen la gobernabilidad es imposible construir una verdadera legitimidad de las personas, procesos e instituciones.
En el momento político que vivimos en México ello no es tarea sencilla. El escenario que se nos ofrece como trasfondo es poco alentador. La actitud de confrontación, bloqueo y encono se impone sobre la vocación de concertación entre las fuerzas políticas. Al mismo tiempo, padecemos de graves vacíos ideológicos y programáticos, de la trivialidad, de la cultura del “agandalle”, del maniqueísmo más vulgar, de gusto por la constante adjetivización de los contrarios.
Sin embargo, para el logro de este objetivo es necesario impulsar previamente una nueva cultura de la negociación que permita alcanzar un acuerdo en lo sustancial entre los principales actores políticos del país orientado a asegurar el equilibrio en el ejercicio del poder, coadyuvar a consolidar nuestras instituciones políticas, darle viabilidad a nuestra economía e impulsar el nuevo pacto social que México requiere.
Negociación, palabra maldita para los puritanos maniqueos de nuestra izquierda más cavernaria, pero también para las cabezas más obtusas del PRI y del PAN. Hablar de una nueva cultura de negociación es hablar de la definición de reglas y conductas para la concreción de acuerdos entre los actores políticos. Es hablar de un encuentro forzoso ante la imposibilidad de que cualquier partido pueda gobernar e imponerse por sí solo. Ello nos invita a reflexionar sobre la esencia de los sistemas democráticos y sobre el reto que implica combatir la polarización sin un marco que resuelva el conflicto; esto es, sin reglas claras que impulsen la participación e inclusión de todos los actores políticos y que garanticen la gobernabilidad es imposible construir una verdadera legitimidad de las personas, procesos e instituciones.
En el momento político que vivimos en México ello no es tarea sencilla. El escenario que se nos ofrece como trasfondo es poco alentador. La actitud de confrontación, bloqueo y encono se impone sobre la vocación de concertación entre las fuerzas políticas. Al mismo tiempo, padecemos de graves vacíos ideológicos y programáticos, de la trivialidad, de la cultura del “agandalle”, del maniqueísmo más vulgar, de gusto por la constante adjetivización de los contrarios.
Sólo mediante el establecimiento y el refrendo de un pacto político entre
los principales actores que contribuya a la consolidación de una nueva
arquitectura institucional es más sencillo que los distintos partidos e
intereses puedan dirimir sus diferencias y contender por la realización de sus
agendas. Para que todos los participantes encuentren en el camino democrático
el perfeccionamiento de nuevas estructuras institucionales, se necesita de
liderazgo colectivo y de un marco institucional, más allá de simplemente la
buena voluntad de los participantes.
Sin una relación más constructiva entre las fuerzas políticas que dominan el panorama electoral mexicano los costos de la negociación política seguirán siendo muy altos, en detrimento del futuro nacional. Más allá de quien sea el ganador en las elecciones de 2012 el principal peligro para la gobernabilidad lo constituye la intransigencia que prevalece en una amplia gama de asuntos vinculados al ejercicio de Gobierno.
En pocas palabras, se debe garantizar la gobernabilidad rechazando la política de "el que gana se lleva todo", y los discursos maniqueos, satanizadores y falsarios. El proceso de aprendizaje debería apunta a la consolidación de una clase política que opere bajo nuevas premisas. La construcción de grandes acuerdos no debería excluir la formación de gobiernos de coalición, pero de los de a de veras, no de los que solo existen en la retórica vacía de una candidata fracasada y menguante.
Sin una relación más constructiva entre las fuerzas políticas que dominan el panorama electoral mexicano los costos de la negociación política seguirán siendo muy altos, en detrimento del futuro nacional. Más allá de quien sea el ganador en las elecciones de 2012 el principal peligro para la gobernabilidad lo constituye la intransigencia que prevalece en una amplia gama de asuntos vinculados al ejercicio de Gobierno.
En pocas palabras, se debe garantizar la gobernabilidad rechazando la política de "el que gana se lleva todo", y los discursos maniqueos, satanizadores y falsarios. El proceso de aprendizaje debería apunta a la consolidación de una clase política que opere bajo nuevas premisas. La construcción de grandes acuerdos no debería excluir la formación de gobiernos de coalición, pero de los de a de veras, no de los que solo existen en la retórica vacía de una candidata fracasada y menguante.
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