sábado, 14 de abril de 2012

Sarkozy vs. Hollande y la Decadencia de la V República Francesa.



La historia de la V República Francesa está llena de colosales duelos entre estadistas de gran estatura política e histórica. En las elecciones presidenciales francesas han competido personajes como Charles De Gaulle, Francois Mitterrand, Lionel Jospin, Valery Giscard d’Estaing, George Pompidou. Incluso Jacques Chirac tenía su grandeur. Pero en esta ocasión se enfrentarán en las urnas galas dos personajes ampliamente cuestionados: Nicolás Sarkozy y Francois Hollande. El primero es el mandatario que ha descendido a los niveles más bajos de popularidad para un presidente francés desde el fin de la Segunda Guerra Mundial; el segundo es un político sin ninguna experiencia gubernamental ejecutiva (más allá de haber sido alcalde del Tulle, un pueblito), nada carismático y cuya principal virtud, al parecer, es no llamarse Nicolás Sarkozy.

Sarkozy mucho entusiasmo a electorado francés al ganar las elecciones con un discurso transformador que prometía liberalizar y agilizar la economía francesa, tan afectada por un obsoleto dirigismo estatista. "Soy de derecha, pero no soy conservador”, decía Sarkozy cuando se presentaba como un liberal modernizador y hablaba de adelantarse a los tiempos y dejar atrás viejos clichés nacionalistas para devolver a Francia a la productividad y a la plena competencia internacional. Tras cinco años de vacilaciones y retrocesos, aunados a una palmaria vulgaridad, Sarkozy ahora busca reelegirse recurriendo a una retórica ultraconservadora y xenófoba. Ya habla de sacar a Francia del tratado de Schengen (que permite la libre circulación de personas en Europa), de someter a referéndum los recortes de los derechos de los inmigrantes y los desempleados y de proteccionismo comercial. A toda esta retórica nacionalista y xenófoba le vino como anillo al dedo la lamentable matanza de Toulouse perpetrada por un islamista radical, que le permitió al presidente explotar su imagen de“protector” y de líder decidido, único capaz de enfrentar las amenazas del terrorismo.

Por su lado, el anodino candidato socialista Francois Hollande logró imponerse en las primarias de su partido esgrimiendo como una de sus principales virtudes precisamente su anticarisma, convertido en ventaja después de que Francia ha padecido un quinquenio de un algún líder percibido como excesivamente protagónico. Hollande se compromete a apegarse, de ser electo, a un estilo presidencial opuesto al de Sarkozy. Bautizado como monsieur normalité por los medios, Hollande ofrece una vuelta a la “normalidad”, desterrando protagonismos frívolos. “Reivindico una sencillez que no es represión, sino marca de la auténtica autoridad”, ha dicho. Los socialistas tienen larguísima temporada de estar fuera del poder. El último presidente socialista, Mitterrand, abandonó el cargo en 1995. La intensa crisis que padece la socialdemocracia europea ha sido particularmente severa con los socialistas galos. Por eso Hollande también se decidió por un claro giro a la izquierda en el discurso. “¡El cambio es ahora! Movilicémonos, unámonos, y haremos ganar a la izquierda”. El aspirante socialista señaló al mundo de las finanzas como “el verdadero enemigo” como ese sistema que “no tiene nombre ni cara, no será jamás candidato y no será elegido, y sin embargo, gobierna”. Será esta, quizá, la última oportunidad del Partido Socialista de recuperar la presidencia, y han decidido echar toda la carne al asador. Creen que una vuelta “a los origenes” (aunque sea solo a nivel retórico) mucho les puede ayudar, y las encuestas son prometedoras: le dan a Hollande una ventaja de hasta ocho puntos para la segunda vuelta electoral, aunque descartar a un político tan tenaz como lo ha sido siempre Sarkozy es prematuro.
Cartoon: France Parti Socialiste Candidat (medium) by barker tagged francois,hollande,dominique,strauss,kahn,socialiste,socialist,party,parti,candidate,candidat,cartoon,strauss kahn,holland,strauss,kahn
Pero más allá de las cuestiones de personalidad y estilo, quien gane las elecciones deberá enfrentar una delicadísima situación económica y social. La prestigiada y liberal revista The Economist ha acusado a los dos principales candidatos de ser demasiado timoratos en las propuestas para afrontar la acuciante crisis actual. Pero lo cierto es que los franceses poco quieren saber de reformas a fondo. Sarkozy había anunció una batería de reformas como las que hizo en Alemania el ex canciller Gerhard Schroeder y gracias a las cuales la “locomotora de Europa germana” recuperó dinamismo económico y competitividad, pero la idea no tuvo ninguna repercusión electoral. Por eso el presidente se olvidó de las reformas y viró con fuerza al populismo. Y es que Francia padece una incontrolable estatolatría. La nación gala invierte el 56% de su PIB en financiar su Administración. Tanto Sarkozy como Hollande han presentado programas para equilibrar los presupuestos en unos cuantos años, sobre todo, a base de incrementar impuestos, pero de recortes se habla poco. Todos los candidatos se refugian, a final del día, en el nacionalismo, que tan caro le es a los orgullosos electores franceses. Hollande subraya que Francia debe ser “dueña de su destino”, y propone renegociar el tratado europeo que promovieron Sarkozy y Merkel para salvar al maltrecho euro. Ni que decir de la candidata del ultraderechista Frente Nacional, Marine Le Pen, que sugiere sacar a Francia del euro, “reindustrializar” el país y acabar con la “invasión islámica”. A la extrema izquierda, y ganando puntos todos los días, Jean-Luc Mélenchon piensa que todavía es posible la jubilación universal a los 60 años, subir el salario mínimo hasta en un 20% y limitar el sueldo máximo que puede ganar un francés a 360,000 euros anuales. El único que habla de acotar al obeso estado francés es el centrista François Bayrou, que sugiere un recorte de 50,000 millones de euros. Consecuencia: no tiene ni la más remota posibilidad de pasar a la segunda vuelta.

Y los desafíos presupuestales no son el único problema. La balanza comercial presenta un déficit de 70,000 millones de euros, las exportaciones van a la baja en casi todos los rubros, el desempleo acecha el 10% y la competitividad de la nación va en tobogán a la baja. La deuda pública representa el 90% del PIB. Todos los elementos para un desastre están a la vista. Y no solo es la economía. La situación social de Francia empieza también a ser escandalosa: a los cuatro millones de parados hay que sumar 10 millones de subempleados y las inequidades se han agudizado en los años del gobierno de Sarkozy. La disparidad de ingresos ha llegado a niveles intolerables. La explosividad social se dejó sentir no hace mucho con la rebelión en las banlieues (los suburbios) y las tensiones no ceden. Este descontento ha dado lugar a que las opciones extremas a la izquierda y derecha gana peso. El xenófobo Frente Nacional (fundado por Jean Marie Le Pen y que ahora postula a la telegénica hija de éste, Marine) es la opción predilecta entre los jóvenes franceses entre 18 y 24 años. La demagogia lepeniana repite las sobadas fórmulas del nacionalismo a ultranza: abandonar el Euro, renegociar “todos los tratados europeos para recuperar la soberanía nacional”, prohibir la discriminación positiva que protege a las minorías; restablecer la pena de muerte, cosas como estas son los estandartes de la mujer que marcha tercera en los sondeos.

El drama de las democracias actuales es que la inmensa mayoría de la gente vota con las vísceras y no con la razón. Decir las crudas verdades en campaña solo puede acarrear impopularidad. Mucho exigimos propuestas completas y precisas, pero cuando un candidato honesto se arriesga a presentarlas con todos los pros y contras, los electores se alejan de él. En Francia Hollande al principio pensaba que bastaría con la impopularidad de Sarkozy para hacer de la elección un paseo triunfal de los socialistas en su retorno al poder, un poco como lo había hecho Rajoy en el duelo en el que venció a Zapatero, pero el presidente francés es, pese a todos sus defectos, un rudo luchador que no se da por vencido. La imagen de líder decidido o protector y la demagogia nacionalista le han ayudado mucho a recuperar puntos y a volver a ser competitivo.

Ante estos desafíos, Hollande ha debido entrarle de lleno a las grandes promesas: ¡Impuesto hasta del 75% sobre las rentas más altas! La feria de las palabras vacuas está a la orden, como en toda buena campaña electoral. Pero sucede que en una democracia en la que se abusa de la demagogia, de las promesas que nunca se concretan, del marketing y de las maniobras para desacreditar al adversario, un sector creciente de los electores empieza a hartarse. Son muchos los que no se resignan a optar por “el menos malo”. En Francia se calcula que el abstencionismo en las próximas elecciones podría llegar al 35%, una cifra perturbadora para una democracia como la de la V República Francesa. De Gaulle y Mitterrand (el Águila y el Zorro) deben estar revolcándose en sus tumbas. 

No hay comentarios: