Hoy tuve el gusto de entrevistar en Canal México a mi querido amigo de toda la vida César Hernández Ochoa, hombre extremadamente talentoso quien hoy funge como director de Comercio Exterior de la Sectretaria de Economía. La interesante charla me llevó a hacer una serie de reflexiones sobre las oportunidades que hemos perdido y seguimos perdiendo en este mundo de potencias emergentes, grupo en el que, lastimosamente, México no está. La mayoría de los índices de competitividad y estudios globales sobre el tema colocan a México en una posición muy desfavorable en este rubro. Y ello se debe en gran parte a que a lo largo de nuestra historia no hemos hecho más que perder oportunidades invaluables y condiciones inmejorables para realizar los cambios indispensables que contribuyan a meternos de lleno en la competencia y ganar batallas importantes en este ámbito.
El caso paradigmático de lo que ha sucedido históricamente en el país se confirma una vez más con lo acontecido en los últimos tiempos.
A pesar de los grandes beneficios que reportó al país el boom petrolero registrado a nivel mundial, los mexicanos no fuimos capaces de aprovechar esta situación favorable para volvernos más productivos, para mejorar nuestros niveles educativos ni capacitarnos, para dotar a nuestros jóvenes de más y mejores conocimientos, herramientas y habilidades técnicas y científicas como ha ocurrido en países considerados como exitosos (China, India, Corea del Sur, Singapur, Chile e incluso Brasil).
Como tampoco lo fuimos para diversificar nuestra planta productiva, agregarle más valor y un mayor componente de conocimiento. O de realizar las inversiones en infraestructura necesarias para crecer y generar la riqueza que el futuro nacional exigirá y que nos permitiría colarnos en el ranking de la competencia mundial. Aunque tuvimos más dinero, no fuimos capaces de tomar mejores decisiones ni de generar mejores políticas públicas.
Los excedentes resultantes del precio récord que alcanzó el petróleo en los últimos años se esfumaron como llegaron. No se crearon reservas para contingencias futuras. No se invirtió en infraestructura, en educación ni en bienes y servicios públicos de calidad. Todo se fue en financiar el gasto corriente. Una vez más las necesidades del corto plazo y la contingencia se impusieron sobre la permanencia, las medidas de Estado y los proyectos visionarios.
Sin embargo, no podemos seguir siendo perennemente un país que pierde todas las oportunidades.
México puede acelerar su crecimiento económico y colocarse a la par de países altamente competitivos si nos decidimos de una vez por todas a aprovechar nuestras ventajas, a hacer algunos cambios al modelo seguido hasta ahora y a desplegar una estrategia moderna y más práctica de desarrollo.
Si México quiere recuperar las múltiples oportunidades que ha perdido hasta ahora, debe optar por instrumentar políticas públicas que, antes de atender los intereses del exterior, busquen responder a nuestra realidad y necesidades propias.
Políticas públicas orientadas a garantizar que las medidas macroeconómicas, antes que orientarse sólo a controlar la inflación y asegurar el balance fiscal, contribuyan también y sobre todo a generar un crecimiento sostenido de la economía y hacerla menos dependiente de factores externos. Que la inversión extranjera sea realmente complementada con el ahorro interno. Y que el sistema financiero nacional se encuentre atado a la estrategia de industrialización del país.
A asegurar que la política industrial nacional proporcione un nuevo impulso a la competitividad y a la reconversión, apueste a ramas del futuro y conceda una mayor participación al Estado como planificador, regulador y facilitador, y una mayor responsabilidad como proveedor de apoyos específicos en materia fiscal, financiera, administrativa y tecnológica, entre otros.
A avalar que la política de promoción de las exportaciones sea complementada con acciones decididas orientadas a promover la sustitución de importaciones y la ampliación del mercado doméstico. Y a ratificar que el desarrollo científico y tecnológico reciban un verdadero impulso. No hay que olvidar que las sociedades dominantes del futuro no serán aquellas que cuenten con grandes recursos naturales o físicos, sino básicamente aquellas que sepan aprovechar las oportunidades que les ofrece el presente para preparar a su gente y por esta vía estar en posibilidades de desarrollar en el futuro.
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