Es lamentable que a estas alturas del partido se sigan verificando golpes de Estado en nuestra América Latina, pero en el caso del presidente Zelaya debe reconocer que él tuvo mucho de culpa. Voluble y carismático, Manuel Zelaya pertenece a esa muy peculiar estirpe de líderes latinoamericanos que se consideran imprescindibles y que han adaptado la moda de la reelcción presidencial ilimitada en América Latina. Pero sus aspiraciones de reelección tuvieron un abrupto final de la mano de esta vieja práctica que se resiste a morir en la región: la de los golpes de Estado.
Zelaya, o Mel, como prefiere ser llamado, asumió la presidencia de Honduras en 2006 como un conservador promotor de una democracia participativa. Seducido por el petróleo barato, giró casi inmediatamente a la izquierda y se unió al club de amigos del venezolano Hugo Chávez.
De nutrido bigote, aficionado a los caballos y con un estilo que recuerda más al ranchero que a un mandatario –a la Fox, pero menos bruto, lo que sea de cada quien- su lema de campaña fue "Urge el cambio; urge Mel", y centró sus propuestas en la lucha contra las pandillas juveniles, la pobreza y la corrupción. A pesar de no ser un destacado orador(al contrario que su padrino Chávez), Zelaya cautivó al 49,9% de los hondureños y ganó las elecciones presidenciales en diciembre de 2005. Asumió como un tradicional hombre de familia, incluso demasiado conservador. Una de sus hijas se quejó de que su padre no le advirtió que no le dejaría tener novio ¡Hasta los 30 años! Por eso resultó tan inesperado su repentino giro a la izquierda y sus lazos con Chávez.
Con el fin de cumplir su promesa electoral de bajar el precio del petróleo, en enero del año pasado firmó el ingreso de Honduras a Petrocaribe, un programa energético venezolano. Meses después selló su alianza con Chávez, al incorporarse a la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA). Venezuela, en tanto, comenzó a colaborar en diversos proyectos sociales. También se mostró favorable a la despenalización de la marihuana y a la introducción, el la mochérrima Honduras, de la píldora del día siguiente. Sus devaneos izquierdistas le produjeron graves disensos dentro del su partido, el Liberal (bastante conservador, por cierto). Se articuló un frente opositor dentro de su propio partido, cuya cabeza visible es el presidente del Parlamento, Roberto Micheletti, consagrado ayer presidente de facto. Al descontento por los crecientes lazos con la Venezuela de Chávez y sus atrevidas ideas sobre la píldora del día siguiente y la moys le granjearon la enemistad de la Iglesia católica, sectores del ejército y la justicia.
Su proyecto de reforma constitucional para introducir la reelección fue la gota que colmó el vaso. El Parlamento y la Corte Suprema intentaron frenarlo, pero fue demasiado tarde para que Zelaya diera un paso atrás. Fue entonces cuando los militares entraron en acción. Es lamentable ver a los milicos en las calles latinoamericanas de nuevo, pero debe decirse que Zelaya bien se lo buscó. En América Latina urge avanzar jhacia el fortalecimiento de las instituciones políticas y esta modita reeleccionista ayuda muy poco.
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