jueves, 26 de mayo de 2016

El Impeachment a Dilma y el “Presidencialismo de Coalición”




La escandalosa caída de Dilma Rousseff ha abierto nuevamente la polémica en torno a la viabilidad del sistema presidencial. Se critica al presidencialismo porque, presuntamente, propicia la personalización del poder, da lugar a una legitimidad democrática dual parlamento/presidente, establece mandatos rígidos y prevalece en él un “juego de suma cero” donde el jefe del Ejecutivo puede integrar a su gobierno exclusivamente con miembros de su partido sin importar el margen con el que haya obtenido la victoria en las urnas. Pero un análisis de la experiencia histórica reciente de América Latina nos demuestra la insuficiencia de datos empíricos para sustentar la afirmación de que el sistema presidencial irremediablemente lleva al caos.
No todos los presidencialismos son idénticos. En cada país el sistema presidencial se adapta a las circunstancias nacionales específicas, creándose así diferentes variantes. En algunos casos se han adoptado algunos rasgos propios de los sistemas parlamentarios que coadyuvan a la implantación de una relación más fluida entre el Ejecutivo y el Legislativo, tales como el nombramiento de un primer ministro políticamente responsable -en mayor o menor grado- ante el parlamento; la aprobación de los miembros del gabinete por parte del Poder Legislativo; la censura parlamentaria a los miembros del gabinete; y la solicitud gubernamental de la cuestión de confianza al Legislativo. Pero el mecanismo que ha resultado clave en la renovación del presidencialismo latinoamericano es la capacidad demostrada por los partidos de formar coaliciones estables de gobierno, lo que algunos analistas han llamado “presidencialismo de coalición”.

El estudio de las coaliciones se ha circunscrito casi siempre a los sistemas parlamentarios, donde su conformación es casi siempre un imperativo institucional, y se relega su importancia en los regímenes presidenciales. La formación de coaliciones es hoy clave en la consolidación de los presidencialismos latinoamericanos. Desde principios de los años sesenta a la fecha se han formado casi 90 coaliciones en América Latina, destacando los casos de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Uruguay. El éxito del presidencialismo de coalición llevó a México a aprobar una reforma constitucional en virtud de la cual el presidente tiene la facultad de optar “en cualquier momento” por formar un gobierno de coalición.
Particularmente exitosa había sido la experiencia de Brasil en el presidencialismo de coalición, país que vivió una estabilización palmaria durante los gobiernos de Fernando Henrique Cardoso, Luis Ignacio “Lula” da Silva y el primer mandato de la propia Dilma. Las coaliciones contribuyeron al funcionamiento del régimen democrático al garantizar a los gobiernos un apoyo parlamentario efectivo y estable para sus políticas, factor que redujo considerablemente los riegos de inestabilidad producto de un eventual enfrentamiento entre los Poderes del Estado. Sin embargo, esta estabilización tuvo un precio: las alianzas se lograban en buena medida gracias que se “aceitaban” mediante pactos clientelares y tolerancia a la corrupción, defecto que, por cierto, mucho se ha visto en regímenes parlamentarios (Italia y Japón son buenos ejemplos de ello). Hoy que ante la crisis económica se ha desvergüenzas añicos la coalición de gobierno en Brasil, los críticos del presidencialismo han vuelto al ataque, pero a pesar de lo desenfrenos a veces grotescos del impeachment a Dilma, lo cierto es que no se ha verificado todavía una debacle institucional. En todo caso, los electores sabrán cobrarle en las urnas a aquellos políticos y partidos que hayan cometido desvergüenzas y atropellos.


El presidencialismo de coalición ha demostrado su efectividad y no debe ser abandonado como opción de estabilización política, mucho menos ahora que los partidos tradicionales encaran una profunda crisis de credibilidad y que la ciudadanía es cada vez más plural y exigente.