“Donald
Trump es la quintaescencia de los gringos, debería aparecer en la bandera de
Estados Unidos”, esta contundente opinión me la dio mi padre, quien nunca ha
profesado a nuestros vecinos del norte demasiado amor, que digamos. “Quizá”
dije tras una carcajada, “pero, a final de cuentas, no olvides que los gringos eligieron
y ratificaron en su cargo a un afroamericano liberal con sólidos perfiles
intelectuales”, yo con ganas de ser equilibrado. Y es que el fenómeno Trump, la
aparición de un candidato que se maneja como “antipolítico”, en absoluto es
privativo de Estados Unidos, ahí están los Broncos, Berlusconis, Tsipras,
Iglesias y Beppes Grillo de por aquí y por allá para demostrarlo. Lo que sí es particular
de Trump es su absoluta rebelión ante la “corrección política” que ha dominado
el ambiente público norteamericano durante décadas, muchas veces (debe
reconocerse) de forma asfixiante. Por eso, mientras más dislates y salidas de
tono tiene Donald, más asciende en las encuestas, o por lo menos eso ha sido
cierto hasta el segundo debate entre los candidatos republicanos en el que Carly
Fiorina, al parecer, por fin logró ponerle un “estate quieto”.
Prototípico de
los gringos o no, lo cierto es que este millonario de Nueva York, colosal
megalómano, ha tocado el inconsciente más bajo de un sector importante del
electorado. La xenofobia, el racismo, el machismo, el más grosero materialismo
y otros oscuros instintos que se mantienen soterrados en muchísimos electores han
brotado a la superficie con toda fuerza como parte de esta rebelión de la anti
corrección política. Cualquiera de las descaradas declaraciones de Trump
hubiese aniquilado electoralmente a cualquier político común, pero este formidable
patán, dueño de una personalidad un primaria y un carácter egocéntrico y
estridente, afirma a todo viento “no tengo tiempo para la corrección política,
ni la necesito”. Es un hombre rico (“I am very rich man, indeed”, es uno de sus
mantras) que, se supone, no le debe nada a nadie. El reflejo perfecto de lo que
muchos de sus compatriotas quisieran ser, de eso no quepa duda. Además es
carismático, inteligente (a su manera), decidido, y no precisa lamerle los pies
a nadie para financiar su campaña. Eso sí está completamente descalificado para
ocupar la presidencia, pero eso lo compensa diciendo lo que mucha gente solo se
atreve a pensar Su comportamiento no es el del político tradicional, eso vende
y mucho. Los políticos se han convertido en individuos insustanciales que
hablan con discreción creyendo que podrán complacer a todo el mundo. Trump dice
lo que piensa, suma votos, le ha puesto sal y pimienta a las elecciones
internas de los republicanos donde el millonario enfrenta a una colección de
aburridos y grises personajes, algunos de ellos infumables santurrones, que se
diferencian muy poco entre sí, con la excepción de los otros dos aspirantes que
no son políticos tradicionales: Fiorina y el neurocirujano Ben Carson, que
tampoco van mal en las encuestas.
Pero no solo
son los republicanos, Trump también tiene un perfil de populista de izquierdas.
Personajes idolatrados por la progresía mundial como el economista Pau Krugman le
han elogiado ( en una columna titulada “Trump tiene razón en la economía”). Por
otra parte, muchos dentro del establisment republicano le recuerdan cosas como
que criticó la invasión de Irak de Bush Jr. También Trump pide subir los
impuestos a los más ricos, defiende el proteccionismo comercial y se opone a
los recortes en el Estado de bienestar. Esta “transversalidad”, como muchos la
han llamado, hace todavía más notable al millonario. ¿Esto se debe a que Trump
es, en el fondo, un ideólogo ecléctico, complejo y posmoderno? ¡De ninguna
manera!
Como los “anti
políticos” verdaderamente exitosos de todo el mundo, Trump es tremendamente
político, y además un showman nato. Siempre está dispuesto a decir y a hacer lo que sea
necesario para mantenerse vigente y activo en la conversación pública. Muy
probablemente empezó esta carrera con el afán de hacerse publicidad y
satisfacer su infinita megalomanía, pero se ve que su éxito lo ha engolosinado
y ahora se ha convertido en la peor pesadilla para el Partidos Republicano. Porque
si una consecuencia real puede tener el surgimiento del fenómeno Trump es una
tercera derrota consecutiva del llamado Viejo Gran Partido (Grand Old Party) en
una elección presidencial, cosa que no se ha visto desde la época de los
presidentes Roosevelt y Truman.
Hay indicios
de que la campaña de Trump puede empezar a desinflarse. Las primarias son
carreras de fondo que se celebran a lo largo de meses. Los dirigentes republicanos
ya enfilaron todas las baterías para descalificar al Donald y evitar que se
lleve la nominación del partido, lo que sería mortal para ellos. Después de todo,
revísese los resultados de las últimas elecciones y se verá que el voto de las
mujeres y de las minorías ha resultado determinante en el resultado, y son
estos sectores a los que Trump ha logrado irritar con sus descalificaciones.
Pero no solo eso, aunque no ganase la nominación, el escenario más probable, el
hecho de haber obligado a los republicanos a correrse a la derecha hará que
quien resulte ser candidato resulte inelegible en las elecciones de noviembre. De
eso pueden hablar los dos últimos candidatos republicanos: McCain y Romney
Otro
escenario sería que este incontenible egomaniaco decida lanzarse como
independiente, como Ross Perot en 1992 y 1996, arrebatándoles votos a los
republicanos, probabilidad para nada descabellada. A Trump le importa un comino
el destino de los republicanos, del Tea Party o del movimiento conservador
cristiano. Lo único que le interesa a tan noble señor es él mismo y ser
recordado por la “historia” como el gran rebelde contra la corrección política.
Por último,
la pregunta: ¿Es este personaje apayasado, ignorante y vulgar un peligro para
México? No, el peligro para México son sus propios políticos apayasados,
ignorantes y vulgares, que de eso nos sobra, ah y sus “antipolíticos” también.