martes, 12 de agosto de 2014

Fundamentalismo Religioso, Enemigo de la Humanidad


 
El drama que padece el pueblo palestino en Gaza tiene, en mi opinión, un principal responsable y ese es el fundamentalismo religioso, tanto el judío como el musulmán. Todo este terror, sufrimiento y muerte son consecuencia de dos sociedades teocráticamente enfrentadas por culpa  de sus intransigentes gobernantes. Una guerra, como tantas, de cadáveres sin nombre, de cifras que sirven para reprochar al adversario en los medios, de niños usados como escudos en el colmo de la vesania y la estupidez. Hamas utiliza las muertes perpetradas por el ejército israelí como propaganda y el gobierno de Israel se escuda en las acciones de agresión de Hamas para pretender justificar crímenes infames. Ninguno de los dos bandos quiere un acuerdo, ambos se retro alimentan de forma criminal y se necesitan para acreditar la insensatez de su violencia y locura.

En el fondo de todo este odio está el fundamentalismo religioso, el cual ha cobrado una importancia política inusitada y notoria en ambas partes durante los últimos años. Ha sido cuando las facciones más moderadas y laicas de uno y otro lado han iniciado acercamientos para solucionar sus conflictos que han verificado los pocos avances y las exiguas ocasiones en las que se acariciado la posibilidad de la paz. Pero los duros siempre se han terminado por imponer. Hoy Israel y Hamas protagonizan, una vez más, una situación inicua que avergüenza al mundo entero.

El fundamentalismo es incapaz de aportar un acuerdo de paz porque su visión descansa en el dogmatismo y sus fallidas interpretaciones del mundo fundadas en prejuicios y suposiciones que jamás se cuestionan o razonan. Esta ausencia de crítica nunca acepta la discusión, prefiere postular un maniqueísmo incapaz de contemplar la posibilidad de matices y que considera la realidad en términos absolutos, por eso odia a la diferencia y desprecia a todo lo que escapa a las rígidas etiquetas preconcebidas. El fundamentalismo religioso es, en pleno siglo XXI, uno de los principales enemigos de la humanidad. Guerras, genocidios, totalitarismos, terrorismo, supresión de la  libertad y de la vida, todos estos han sido los frutos podridos de idearios irracionales, religiosos y políticos que no saben respetar otros criterios más allá de propios y consideran como enemigos a eliminar a quienes no los siguen. El fanatismo religioso se modula alrededor de la incapacidad para admitir el mundo en su diversidad y de anular el sentido del conocimiento y la búsqueda de la verdad. Solo es capaz de ofrecer la pretensión de una verdad única, inmutable, alejándose del proceso natural de la vida, la cual es variable y diversa.

Es paradójico que en pleno siglo XXI exista un peligroso auge del fundamentalismo religioso que amenaza los valores democráticos y los derechos humanos en buena parte del mundo. Hoy se masacra a la población civil Gaza, pero también se perpetra todo un genocidio en las zonas dominadas por ISIS en Iraq contra las minorías religiosas y en decenas de naciones africanas y asiáticas se ejerce la bárbara práctica de la ablación femenina. Aún en esta época de la revolución digital se lapida a las mujeres supuestamente infieles, se ejecuta a los apóstatas y a los homosexuales, se queman los libros sagrados del adversario y se asesina en nombre de un ser supremo. En su carta fundacional, Hamás afirma que "el Islam es el único fin y medio", y añade que Palestina es un estado islámico "confiado a todas las generaciones musulmanas hasta el día del Juicio Final...No hay solución a la cuestión palestina sino por medio de la yihad". Por todo esto Hamás no reconoce la legitimidad del Estado de Israel, ni acepta la resolución de la ONU de 1947 en la que se estableció la partición de Palestina en dos estados, y sus líderes han calificado en reiteradas ocasiones los diálogos entre árabes e israelíes como una "pérdida de tiempo". Pero el fundamentalismo de ninguna manera es privativo del islam. El fundamentalismo judío se ha hecho fuerte políticamente a través de varios partidos ultra religiosos  pujantes tras la decadencia del bipartidismo Laborismo/Likud que dominó el panorama israelí desde la fundación del Estado judío en 1948 hasta finales de los años noventa. Los partidos ultras son organizaciones abiertamente racistas y muchas de sus expresiones son consideradas “criminales” en el mundo civilizado, como la de la fanática diputada, Ayelet Shaked, del partido Hogar Judío, quien llamó a asesinar a todas las madres palestinas debido a que daban a luz y criarán a “pequeñas serpientes”. El racismo de los ultras en Israel se está extendiendo cada vez más entre los sectores más influyentes de la jerarquía religiosa. No hace mucho Ovadia Yosef, ex rabino jefe de Israel y líder espiritual del Shas, importante partido político religioso, declaro que “Los gentiles (goyim) nacieron sólo para servirnos”. Y para explicar por qué Dios permitió que los gentiles vivieran muchos años, dijo: “Imagina que tu burro se muriera, perderías tus ingresos. El burro es tu siervo, por eso los gentiles tienen una larga vida, para trabajar mucho tiempo para el judío”. Hace unos meses dos rabinos cercanos a los partidos ultras, Yosef Elitzur y Yitzhak Shapira, que dirigen un influyente seminario en el asentamiento cisjordano de Yitzhar, publicaron un repugnante documento llamado La Torá del Rey, una guía racista que deja muy chiquita a Mi Lucha y que explica las formas cómo deben tratar los judíos a los no-judíos. Entre otras vesanías, este adefesio dice: “Los judíos están por encima de la naturaleza, la cual consta de cinco categorías de entes: inanimados, vegetales, animales, hablantes (o no-judíos, considerados meros animales que hablan) y los superiores judíos”. Así se las gastan estas organizaciones fascistoides que abogan por mantener la ocupación a ultranza de todos los territorios ocupados bajo una base religiosa del pueblo elegido de Dios.

Fue el fundamentalismo el que hizo fracasar la posibilidad de paz que ofreció, como posibilidad púnica y quizá irrepetible, el diálogo que llevaron  a cabo el entonces premier israelí Ehud Barak y el líder palestino Yasir Arafat bajo el patrocinio de Bill Clinton. El acuerdo de ninguna manera era perfecto, pero establecía la creación de un Estado palestino reconocido por Israel y por todo el mundo dentro de unas fronteras en Gaza y Cisjordania que se aproximaban a las que existían antes de la guerra de 1967. Israel llegó a ofrecer retirarse del 91% de Cisjordania y del 100% de Gaza, aunque los espinosos temas de Jerusalén y los refugiados quedaban al margen y se partía Cisjordania en dos zonas donde Israel conservaba el control del mar Muerto y de dos franjas al norte y sur del río Jordán. Incompleto en muchos sentidos el trato, cierto, pero de haber tenido éxito este acuerdo los palestinos tendrían una entidad estatal reconocida internacionalmente, miembro de pleno derecho de la ONU, un paso gigantes para poder tener posibilidades reales de desarrollo. Las razones reales del fracaso fueron las religiosas. Los israelíes no aceptaron la soberanía palestina sobre la explanada de las Mezquitas en el monte del Templo. Tal pretensión fue será inmediatamente interpretada por los fundamentalistas de Hamas como la proyecto “malévolo” de construir una sinagoga sobre la explanada de las mezquitas. Absurdo, pero así fue. Desde entonces los fundamentalistas se han hecho fuertes en ambos bandos. Catorce años después del fracaso de Camp David ríos de sangre siguen corriendo y el final de esta locura se ve muy, muy lejano.