El reciente enfriamiento en las relaciones entre China y Estados Unidos es reflejo de lo que muchos sinólogos han llamado el "síndrome de la potencia insatisfecha". El inmenso país asiático ha demostrado una enorme inmadurez en el manejo de sus relaciones y responsabilidades internacionales. Los líderes de Beijing se caracterizan en su actitud ante el mundo por el inmediatismo y una excesiva desconfianza hacia Occidente y poco cabe esperar de ellos actualmente en relación con el equilibrio mundial y el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales.
Hasta hace poco prevalecía en Washington una visión optimista que sostenía que China, como efecto de su acelerado desarrollo económico y sus crecientes relaciones con el mundo capitalista, se iría convirtiendo en una sociedad desideologizada y pragmática capaz de liberalizar gradualmente su política y cultura y sería capaz de asumir de forma seria compromisos internacionales de gran calado. Quienes así opinan describen en China una potencia conservadora esencialmente interesada en mantener la estabilidad regional y concentrada en conseguir sus metas de crecimiento económico. Esta visión de China sostiene que su poderío militar es limitado en virtud del relativo atraso tecnológico de sus fuerzas armadas, y señala que, en general, la política exterior de Pekín ha sido y será por naturaleza “reactiva más que agresiva”. De acuerdo con esta lógica, Estados Unidos y sus aliados tienen razones más que suficientes para buscar establecer una política “de compromiso” con los dirigentes chinos para evitar que una China marginada se convierta en un problema mundial.
Pero en los últimos años se demuestra que quienes tenían una visión más pesimista sobre las aspiraciones internacionales de China estaban en lo correcto. China es una potencia emergente de casi 1,300 millones de habitantes, dueña de un vasto arsenal nuclear y que dedica inmensos recursos económicos anualmente a mejorar su capacidad militar. Dirigida por una gerontocracia totalitaria y ambiciosa que se sostiene en el poder gracias a un ejército chauvinista obsesionado en lavar humillaciones del pasado, China no descarta en absoluto establecer una indiscutible hegemonía en Asia y hacer valederas, a como de lugar, una serie de reclamaciones territoriales a costa de sus vecinos. Queda claro que China es la principal amenaza a la paz y seguridad internacionales y será inevitablemente el principal rival de Estados Unidos y sus aliados en el siglo XXI y es imprescindible que Estados Unidos emprenda una política de contención frente a China similar a la utilizada contra la Unión Soviética durante la guerra fría. Es decir, mantener perennemente una poderosa presencia militar en la zona, entablar una “carrera armamentista” con los chinos que le procure a Estados Unidos una considerable supremacía y no ceder ni un ápice en lo concerniente a la defensa de Taiwan.
Washington ha inetentado por todos los medios de establecer una política “de compromiso” con Pekín, seguro de la validez de la máxima que reza “trata a China como un enemigo y tendrás en China a un enemigo”. Pero la actitud china frente al gobierno de Obama demuestra que China ha sido incapaz de responder positivamente al aperturismo occidental y matiene como sus guías de conducta su tradicionales resquemores y desconfianzas. Este país no esta interesado por el momento en asumir las responsabilidades de una gran potencia mundial y si Estados Unidos no es capaz de ponerle un hasta aquí será causa de desequilibrios inmanejables y de graves enfrentamientos internacionales.
El principal factor que hace de China un país potencialmente desetabilizador reside en el hecho de que se trata de una potencia insatisfecha, y las causas de su insatisfacción son fundamentalmente difíciles de resolver. Desde luego, el caso de Taiwan es el más importante motivo de irritación para los líderes chinos. El objetivo fundamental de la política exterior de China es lograr la reunificación de esta “provincia rebelde”. Pero el problema de fondo es que en Taiwan es ya mayoritaria la población que nació en la isla y no se siente identificada ni con China continental ni con las fútiles aspiraciones de representar al “único gobierno legítimo” que hasta la fecha conserva la vieja clase política. Tarde o temprano un gobierno democráticamente electo manifiestará abiertamente el deseo de la isla de independizarse, y es previsible que China amenace seriamente con una intervención militar.
Asimismo, la obsesión china de contar con “fronteras seguras” está en el fondo de las disputas territoriales que sostiene este país con sus vecinos. China rechaza las reclamaciones japonesas sobre las islas Diaoyu, las de Vietnam sobre las islas Paracel, y las que varias naciones del sudeste asiático hacen sobre las islas Spratly. Además, tiene diferencias con Vietnam sobre la demarcación del Golfo de Tonkin y hace reclamaciones territoriales a Rusia, Tadjikistán, India e incluso a Corea del Norte.
Otro gran problema reside en el cortoplazismo y en la concepción demasiado instalada en la cruda lógica de lucha por el poder que inspira a los dirigentes chinos en su política exterior. Aunque China, en términos generales, ha procurado “seguir las reglas del juego”, algunos rasgos significativos dejan ver una tendencia que busca lograr ganancias unilaterales a expensas de la estabilidad regional e internacional. En ese sentido han de ser consideradas las reclamaciones territoriales ya citadas, cuya intensidad se acentúa o disminuye según lo demande la ocasión, y la colaboración de China con el desarrollo militar, el patronazgo, y el sostenimiento conómico de regímenes deleznables en Asia y Africa. China sencillamente es incapaz de asumir plenamente las responsabilidades que implica ser una gran potencia y mantiene una muy trasnochada Realpolitik.
Un último factor de inestabilidad, tal vez el más delicado, lo representan las graves disparidades y contradicciones internas que existen en China y que podrían dar lugar a indeseables pugnas por el poder. En muchos sentidos, este enorme país constituye una paradoja. Siendo en los números una gran potencuiaeconómica y militar Con algunos parámetros presenta indicadores de nación del tercer mundo (sobre todo en las regiomnes mucho menos desarrolladas del interior) , su desarrollo tecnológico tidavía va claramente a la zaga y la población sigue siendo predominantemente rural. Prevalecen graves desequilibrios regionales. El desarrollo económico acelerado es privativo únicamente de algunas regiones, las que han sido consideradas como “zonas económicas especiales”, casi todas ubicadas en la costa, mientras que las provincias del interior mantienen un subdesarrollo impresionante. Estas disparidades ya se han manifestado en el surgimiento de tendencias separatistas y en el soterrado incremento de tensiones sociales y políticas. La modernización económica ha provocado el traslado de aproximadamente 130 millones de chinos del campo a las ciudades, y se calcula que hay otros 200 millones listos para emigrar pronto, lo que sin duda ha creado una potencial situación de cambio político y social profundo. Además, queda el nada despreciable problema de que, a final de cuentas, el régimen sostiene una ideología que está muerta. El Partido Comunista se mantiene en el poder como parte de una inercia y con base a la coerción. Las presiones por democratizar el sistema político podrían crecer en los próximos años, provocar una reacción más o menos enérgica de los ortodoxos e iniciar una etapa de incertidumbre.
Occidente no puede darse el lujo de confrontar abiertamente a China, pero ha llegado la hora de hablarle al dragón un poquito más fuerte y claro y de hacerle ver que en el siglo XXI ser una gran potencia implica el cumplimiento de grandes responsabilidades y compromisos internacionales.